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Carta de una una hija de padres separados.

lunes, 22 de marzo de 2010

La experiencia que yo pueda reflejar en este escrito es la de una hija cuyos padres se separaron y después se divorciaron.

En 1992, cuando yo tenía dos años de edad, mis padres se separaron, realmente no me acuerdo de esa época, sólo se lo que me han ido contando mis familiares. Esa separación no duró mucho tiempo, ya que en tres meses volvíamos a ser una familia feliz, estable.

Gozaba de una infancia plena, con mis padres felices de estar juntos, conmigo a su lado. En 1997 nació mi hermano, este hecho nos lleno de alegría a los tres.

Cuando tenía más o menos 8 o 9 años mi padre sufrió un terrible accidente, casi me quedo sin él. Pero mi madre siempre estuvo a su lado, lo ayudó en todo, estuvieron en el hospital 3 o 4 meses. Pero también estábamos juntos los cuatro en los momentos difíciles.

Pero todo eso cambió cuando decidieron divorciarse y acabar con todos esos años de felicidad. Cuando mi hermano y yo teníamos 2 y 9 años, respectivamente, se acabaron esos años de juegos, de risas como una familia normal. Empezó un camino diferente, difícil de afrontar para dos niños de tan corta edad.

Empezó la pelea por nuestra custodia, la cual la ganó mi madre, cosa que no es extraña por el sistema judicial que hay en este país. Acusaron a mi padre de abandono de hogar. Se acabó todo, veíamos a la familia de mi padre los fines de semana alternados. Se me hizo muy duro, estaba muy unida a esa parte que me acababan de arrebatar porque dos personas “adultas” decidieron dejar todo atrás, sin pensar en que seguían unidos, quisieran o no, por nosotros dos.

Cuando acabé la primaria mi madre decidió ir a vivir a Madrid, sin dejar expresar opinión alguna. Evidentemente no quería irme, dejar todo atrás por una decisión suya, a lo que solo me contestó que no iba a separar a unos hermanos. A partir de eso, si ya veíamos poco a la familia paterna, ahora los íbamos a ver menos, una vez al mes, pagando mi padre los billetes de tren de sus dos hijos.

Recordaré siempre las navidades de 2002-2003. Nada más bajar del tren, nos llevaron a la comisaria de los Mossos d’Esquadra a ver cómo se partían las vacaciones de navidad. Nunca se han puesto de acuerdo entre ellos, ni con el convenio en las manos, los dos quieren llevar razón, y a veces ninguno la tiene.

Más o menos se podía vivir, pero aún viviendo en Lleida, seguíamos viendo a mi padre una vez al mes, hasta que él pudo cambiar el convenio.

Seguíamos sin poder decidir, a las órdenes de mi madre, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones.

Hasta que un día no lo pude soportar más, me cansé de ser siempre un pelele. Empecé a dar mis opiniones, mis puntos de vista, a rebelarme por decirlo de alguna manera. Era discusión diaria con mi madre, de carácter éramos una peor que la otra. Así, un día tuvimos una pelea más fuerte que las que habíamos tenido, y decidí, con 13 años, irme de esa casa, para poder estar con mi padre.

Estuve más de año y medio sin dirigirle la palabra a mi madre, ella intentaba que volviera a casa. Veía a mi hermano fin de semana si, fin de semana no. Rompí totalmente con la parte materna. Ni para fechas señaladas, ni cumpleaños de nadie, no iba para nada.

Cuando volví a tener relación con mi madre, empezó el posicionamiento de una parte y la otra. Mi padre me obligaba a estar de su parte, y mi madre de la suya.

Siempre me hacían transmitirle cosas de uno a otro, me utilizaban de intermediario entre los dos.

- Dile a tu puñetera madre que…!

- Dile a tu puñetero padre…!

Me sentía entre la espada y la pared, y eso ellos no lo veían. Solo veían el odio que se tenían el uno al otro, sin pensar en nada más, sin pensar en lo más importante que tenían, nosotros.

Me cansé de sentirme así, me cerré en mí misma, cambié de forma de pensar, por decirlo así, cambié el “chip”.

Cuando alguno de los dos me pedía que le dijera algo al otro, me negaba, que se lo dijera el, que para eso tenían los dos guardado en número del otro en el móvil.

Más o menos ahora, los dos se han dado cuenta lo que han estado haciendo estos años, no me usan de intermediario, me llevo genial con mi padre, me llevo bien con mi madre, se ha estabilizado un poco la cosa. El odio que se tienen, por supuesto no ha cambiado para nada, pero ya no lo muestran, o por lo menos no tan a menudo como antes, delante de sus hijos.

No quiero decir que en esos momentos me sintiera maltratada, pero si vetada de mi libertad de elección y opinión.

El egoísmo de las personas las ciega, y más cuando hay hijos por medio, cada persona hace lo imposible por joder, perdón por la expresión, al otro, y si es mediante el amor de un padre o una madre por sus hijos más daño causa.

Señoras, señores, procuren pensar un poco más en el bienestar de sus hijos e hijas, no los dañen de esa manera, porque no es fácil sobreponerse a todo esto. Piensen que si se acabó lo que les hizo estar juntos como pareja, queda el producto de esa unión, que es lo más precioso que un ser humano puede tener. Así que cuídenlo como si de un tesoro se tratara, de una maravilla que de un momento a otro se puede romper en mil pedazos por la mala utilización.

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