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Sin mi padre.

lunes, 6 de julio de 2009

Hace ya 15 años que no veo a mi padre y aún le echo de menos.

Al contrario de lo que puede parecer por su título, no soy hija de padres separados. Soy ya mayor para eso. Yo ya soy madre, afortunadamente, de dos hijos encantadores.

Yo recuerdo mucho a mi padre. Un padre de los de antes: trabajador, recto, estricto, con unos valores morales muy altos, con un alto sentido del deber y un hombre de palabra por encima de todo. A pesar de todos esos “inconvenientes” para una adolescente, con el tiempo he llegado a entenderle y a él debo agradecerle todos mis valores como persona. Sin su ejemplo no habría sido posible.

A pesar de ser el puntal en el que se sustentaba toda la familia, trabajando para poder darnos lo imprescindible, sin lujos, siempre tuvo tiempo de ser divertido, de llevarnos en tren al campo para juntarnos allí con tios, primos y amigos, y con el simple equipaje de un tocadiscos portátil, las fiambreras, la nevera, una pelota y una cuerda de esparto para saltar. Siempre fue bueno para bromear y hacernos reir a todos con sus ocurrencias.

Lamentablemente un cáncer acabó con su vida a los 72 años. Si, claro, seguro que pensareis que ya era mayor, pero tendríais que haberle conocido para saber que a esa edad aún tenía fuerzas para salir de excursión, para cantar en el autocar, para hacer reir a sus compañeros y amigos y para bailar con mi madre en las fiestas de barrio, a los que la gente hacía corrillo.

Yo tuve la suerte de que nadie me alejara de mi padre. Tuve la suerte de poderle ver todos y cada uno de mis días hasta que él falleció. Y aún así le echo de menos......

Lo que ahora me cuesta comprender es que, a raíz de tantas separaciones y divorcios, muchos hijos se ven privados de poder disfrutar de su padre y, muchos hijos, a pesar de tener edad más que suficiente para reclamar ese derecho que, evidentemente, tienen, por desidia, por comodidad o por miedo a enfrentarse a su madre, van dejando pasar los dias, los meses y los años sin apenas ver a su padre y sin hacer absolutamente nada por lograrlo. Muchas veces, incluso, despreciando los esfuerzos que el mismo padre está haciendo para que respeten sus derechos.

Los años pasan y todos nos hacemos mayores. Quizás esos niños algún día serán adultos y se lamentarán de no haber podido pasar más tiempo con esa persona que tanto les quería y ahora se dan cuenta de que ellos también le querían. Que, a pesar de todas las trabas que halló por el camino y de todas las injusticias de las que fue víctima, siempre se mostró feliz cuando estaba al lado de sus hijos.

Pero entonces ya será tarde y el tiempo perdido resultará irrecuperable.

M. Carme Carreño

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